¿Deben comunicarse los errores a los pacientes?

Esmeralda Alonso Sandoica

 

Durante mucho tiempo los errores han formado parte de la práctica médica asistencial ya que, como en toda actividad de los seres humanos, la perfección absoluta, continua y en todo momento, no parece ser un patrimonio común de la humanidad. Sin embargo, se ha asumido que, por el bien de los enfermos, sería mejor ocultar dichos errores para que se mantuviera la confianza de la sociedad en el sistema sanitario.

 

La publicación del informe “To Err is Human”, del Institute of Medicine en EEUU, ha venido a cambiar esta opinión debido a que el número de errores en la práctica asistencial detectado en dicho estudio parece ser más alto de lo creído hasta ahora. Por dicho motivo, la sociedad comienza a demandar más medidas de control en el conocimiento de esos errores.

 

Sin embargo, es comprensible que el personal sanitario se pregunte ¿va a mejorar la confianza el comunicar dichos errores?, ¿no supone esto el alto coste de exponerse a demandas por parte de los pacientes?, ¿no es esperable que se deteriore aún más la relación médico-paciente si se dan a conocer esos fallos? y, sobre todo, ¿qué beneficio se va a obtener?. Hasta ahora, ocultar errores no ha sido considerado por los profesionales de la salud como un “engaño” sino como un gesto de autoprotección corporativo, siempre que dichos errores no tengan repercusiones posteriores en la salud de los enfermos que se puedan subsanar dándolos a conocer. En la práctica habitual, se piensa que sólo daría lugar a más quejas en contra de los profesionales, mayor desconfianza y el desarrollo de conductas de rechazo (cambios injustificados de médico, peticiones de búsqueda de segundas opiniones, comportamientos agresivos) que, a la larga, irían en perjuicio de los propios pacientes.

 

Por otra parte, es lógico que la sociedad demande veracidad y, desde cualquier punto de vista, tanto político como profesional, es inasumible el discurso de la ocultación de errores en aras de la defensa de un impreciso “bien común”. Con respecto a esto, un estudio interrogando a pacientes sobre hipotéticos errores que se catalogaron como leves, moderados y graves, reveló que los pacientes, de modo generalizado, desean que sus médicos reconozcan y comuniquen los fallos cometidos pero, a la vez, manifiestan que esa veracidad exigida no sería recompensada por su disculpa o comprensión, reservándose el derecho de interponer las correspondientes demandas legales (Arch Intern Med 1996; 156: 2565-9).

 

En esta situación, lo más recomendable parece ser que las organizaciones asistenciales, en vez de culpabilizar individualmente al personal a su cargo, se planteen estrategias de cambio para detectar y prevenir los errores más comunes buscando sus causas, que pueden ser de tipo clínico, de comunicación, organizativas y administrativas. Esta nueva “cultura de la seguridad” se podría propiciar a través de auditorias internas siendo los responsables de los grupos de profesionales de la salud (servicios hospitalarios, equipos de atención primaria) los encargados de decidir los cambios necesarios. Si bien esto puede que no sea fácil, lo que indudablemente no es ético, ante los errores propios y ajenos, es seguir mirando hacia otro lado. Sólo podremos mejorar nuestra profesión a través de la honestidad, de ser sinceros con nosotros mismos y de estar dispuestos a solucionar las deficiencias de nuestros sistemas.